Desperté con el ruido metálico de una cuchara cargando lentejas. La olla seguía llena la noche anterior.
Él seguía en el apartamento. Supe que iba a desaparecer en pocos minutos. Emití unos cuantos sonidos para llamar su atención, que se acercase y así recibir un cálido beso de buenos días. Aprendizaje. Tras ello se marchó, dejando esta dimension a sus espaldas. Salió y dejó de existir. Si ahora mismo saliese al rellano, -pensé-, seguramente él siga ahí, siga existiendo. Pero la puerta divide mi realidad de la suya. Su realidad no es aquí, ni tampoco ahora.
Mi realidad.
Volví a dormir. Soñé algo con cuerpos deformes y decepciones de niñas pequeñas. Noté el miedo al despertar de nuevo. Desperté y con mi primera inspiración, ya noté que no estaba sola. Esta vez el miedo se había apresurado y me miraba desde el armario, preparado para meterse en mi boca y viajar hasta mi estómago e intestinos.
Entonces se removieron mis entrañas.
Decido no desayunar aún, no salir a correr, no reparar la bici, no HACER. Es un día gris y decido sentarme a observar.
Primero observé el miedo. Pero se disipaba fácilmente cada vez que conseguía adentrarme un poco.
Unos calcetines tirados en el suelo en la sala de estar. Sentí tristeza de que él ya no estuviese aquí. Entonces culpabilidad y miedo. Pensé en cuánto valoraba en ese momento su presencia y qué poco la valoraba en muchas otras ocasiones. Me pregunté si él estaría satisfecho. A pesar de saber la respuesta, esa sensación me hizo dudar y castigarme con el dolor y el pavor de dejar de existir para él, para ellos, para ellas, para el universo. De eso se trataba. Miedo a dejar de existir para los demás, a no SER; miedo a lo desconocido… y lo desconocido muchas veces adoptaba formas muy negras, malvadas y bizarras en mi mente. Sobretodo malvadas, como brujas y hombres malos. Luego tomaban mi cuerpo.
En definitiva, miedo a la MUERTE.
Noté el impulso de limpiar la cocina. Lo seguí. Tras ello, rememoré algo que dije la noche anterior: “Dejemos la cocina así y mañana yo limpiaré todo, así tengo algo que HACER”. Entonces escuché la voz de mi abuela, cada vez que me asegura que se entretiene fregando… Así tengo algo que hacer… entretenimiento… ¿quizás por el miedo a no tener nada que hacer? Y si no haces, ¿qué pasa? Si no se HACE, parece que, hoy en día ya no sabemos vivir. Recordé la película… ¿Te has sentado alguna vez al lado de tu pareja o de un compañero a, simplemente, no hacer nada? ¿Qué significa ser un marido, una mujer o un hijo? ¿Qué significado tiene? Son roles, roles que vamos jugando y le damos mayor protagonismo del que en realidad tienen. Los interpretamos de un modo supérfluo en ocasiones y nos los creemos profundamente. Pero nos olvidamos de nosotros. No sabemos lo que somos. Porque un hijo es un hijo hasta que vuela. A veces olvidamos que si continuamos siendo hijos, sin la consciencia que ello requiere, vamos a seguir sufriendo las consecuencias. Igual para el resto de roles.
Los calcetines seguían allí y él ya no existía. Un nuevo impulso de salvación, que había aprendido años atrás, hizo que creyese ver la luz. La pantalla de mi smartphone se iluminó. Alguien, desde su dimensión, me estaba preguntando algo. No leí. Entonces vi mi estrategia de huida, tuve intención de escribirle para saber que volvía a existir. Tan solo con el hecho de escribir frases estúpidas que en ese momento simbolizarían el descanso de saber que ya no estoy sola, que el universo no me ha olvidado y que él sigue existiendo al otro lado del teléfono. Pero, ¿qué otro lado? Llegas a la suposición de que la otra persona es la que te está escribiendo en ese preciso momento, aquí y ahora, pero –tu presente y su presente no son el mismo, Rajni, tu realidad y su realidad tampoco. Buscas la conexión para no sentirte sola, para dejar el miedo a la muerte a un lado-.
Así pues opté por dejar que el movil siguiera emitiendo luces sin prestar la más mínima atención. Quise observar mejor esto, de qué trata esto que atormenta mi vida cada cierto tiempo.
Seguí contemplando el miedo. Cerré los ojos y pensé en cuánto soy capaz de confiar en mí misma. Si salgo a correr, huyo de esto. Estate quieta. Confianza… muerte…dejar de existir, dejar de ser amada, ser sustituida y que te olviden, dejar de ser hija, dejar de ser hermana, dejar de ser nieta , dejar de ser novia, dejar de ser amiga… dejar de ser todo y ¿qué queda? –Lo que queda, es la pura esencia de lo que soy-
Entonceses lo comprendí todo. Cuando llegué a ese punto, rompí a llorar, pero ya no tenia miedo, ya no sentia pena ni dolor. Sentia una mierda muy rara, pero una sensación bella, amor, compasión, tranquilidad, confianza. Abrí los ojos, intenté volver a imaginarme todas esas pérdidas, todo por mi necesidad obsesiva de repetir las cosas a ver si son más intensas la segunda vez, a pesar de que sé que no, de hecho no funcionó. Pero me sentí tranquila con todo lo que me rodeaba.
Sentí que ahora, hiciese lo que hiciese, ya no iba a actuar por miedo, no iba a huir ni a reafirmar la existencia de nadie ni a preguntar por amor. El amor ya estaba ahí, muy cerca de mi ombligo, y se irrigaba a todo mi cuerpo. Mi nariz dolía cada vez que inspiraba, por la emoción. Entonces me prepare para salir a correr.
LLueve. Aquí estoy. Recojo los calcetines y me preparo para un nuevo reto en la vida. Mi nuevo trabajo. Sé que volverá a pasar, con un patrón cualquiera. Pero quiero mantener esto cerca para recordar de lo que soy capaz.
Salir del miedo a la muerte acercándose a la misma.
